Hoy hace fresquito. Me levanto pensando que mi hija habrá pasado frío en el camino hacia el Instituto. Pensando que debía haberle dicho, -"ponte una chaqueta", que ella no se la habría puesto. Se constipará, pienso; mañana se lo digo, aunque sepa que no se la va a poner, así no me sentiré tan ¿¿culpable?? Vaya, ....
Nunca se deja de ser madre. Desde el mismo momento en el que aparece, te conviertes en madre para el resto de tu vida. Incluso desde antes; cuando, aún estando dentro de tu vientre, le hablas, le cantas, le acaricias a través de tu piel; a punto de reventar, de tanto espacio que le proporcionas, para que se sienta lo más a gusto posible.
La amas hasta donde las palabras no pueden llegar; con pocos meses empiezas a trabajar, te separas de ella, como si te arrancaran la parte más importante de tu cuerpo. La llevas en el coche a las 6:30 de la mañana, con frío, con calor, con lluvia, con miedo. Trabajas tantas horas, que pierdes la noción del tiempo, del dolor físico, del dolor del alma, todas las horas son la misma repetida, millones de veces a lo largo de los años.
Vuelves a casa a las 20:30, con tu bebé en el coche, baño, cena, sueño. Y vuelta a empezar.
Muchas serán las madres que se sentirán identificadas. Otras muchas pensarán que no fui la mejor madre del mundo.
Fueron mis padres los que me ayudaron, los que la disfrutaron, los que le oyeron decir sus primeras palabras, y los que le enseñaron a jugar y a ser lo buena persona que es. A ellos les debo el haber podido sacar mi casa adelante, sabiendo que mi hija estaba en las mejores manos del mundo. Creo que no se lo podré agradecer nunca lo suficiente.
El tiempo pasa, las circunstancias cambian y con 12 años, mi niña tiene que abandonar todo su mundo conocido, (con todo lo que a mí me agobiaba), pero que era lo único que ella conocía y tiene que empezar una vida nueva. Sin coche por la mañana, sin sus amigos de siempre, sin sus abuelos, sin vuelta a las tantas, y deberes de madrugada.
Es mi heroína; un sólo día de Instituto, le bastó para aceptar su nuevo entorno; en dos horas ya tenía tropecientos amigos, una sonrisa a la salida de su nuevo mundo y un futuro por delante al que no le temía ni pizca.
En ese momento todo cambió; decidió ser ella misma, independiente de mí, pero siempre conmigo.
A ella no le importa no haberse puesto esta mañana una chaqueta, yo sufriré hasta que venga, porque me parezco más a mi madre de que nunca creí que me parecería.
Tenían razón mi madre y mi suegra cuando me decían, que nunca se deja de ser madre.
Tenían razón mi madre y mi suegra cuando me decían, que nunca se deja de ser madre.
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