Hola, feliz sábado, chicos y chicas!!
Ayer fue la segunda reunión con el Club de Escritura de Puçol, realizada en la Casa de la Cultura, en el aula de la Biblioteca. Dicen que los comienzos son duros, pero tengo que compartir con todos vosotros, la labor del Club de Lectura, que nos han acogido con los brazos abiertos y de forma totalmente desinteresada, nos apoyan y comparten nuestras reuniones. Estas son abiertas, no has de ser escritor para poder asistir, (yo no lo soy). Con que te guste leer y compartir un ratito con personas amantes de la letra, es más que suficiente.
Aquí os dejo mi relato del 13 de enero.
Cuando vives aquí, la vida se convierte en una espera. Corta o larga, según lo decida el “Ojo que todo lo ve”. La mayoría de las veces es Gabriel, uno de los subalternos de “Ojo”, el que llama a la puerta del elegido y le hace entrega del Pliego Sacro. Las familias de los elegidos se arañan los rostros, despliegan sus alas y revolotean dentro del dolor, que la llamada a las Cavernas Silentes, les provoca. Amenazan con no acudir, amenazan con huir lejos, donde el “Ojo”, no sea capaz de encontrarlos. De nada sirve, saben, por los que antes fueron llamados, que el elegido ha de entrar en las Cavernas, o sufrirá inevitablemente la ira y las torturas que el “Ojo” fabula, con una sonrisa en sus pestañas.
Gabriel no vino a nuestra casa, no se molestó. Tras los cantos nocturnos, en los que cada familia implora por sus seres queridos y danza a la luz de las velas, para evitar ser el siguiente, dormimos el sueño del vigía. Esa noche dormimos, más profundamente, mucho más profundo; profundo y negro como boca de animal muerto y maloliente, diseminando su vaho que te calienta y que te quema.
Andábamos, con el calor instigándonos en la espalda, como animándonos a correr, pero las piernas no responden al cerebro adormecido. Veo los pies de Rafael, colgando, no anda. Qué pasa??? La gruta, borbotea por sus paredes un líquido transparente, como de agua podrida, o de lágrimas de los que antes la recorrieron y que ella absorbe como néctar que la alimenta.
Una garra me atenaza y me detiene ante una zona algo más amplia, pero igualmente asquerosa y pútrida. Me empuja con fuerza y caigo de rodillas, me sangran al instante. Esto no me importa, las otras personas se me acercan, con caras demacradas, carcomidas por el tiempo y la sinrazón que están viviendo. Un poco más allá, los pies de Rafael, forman dos surcos, casi paralelos, al arrastrarse por el pasillo babeante. Donde va? No entiendo? Una mirada arrugada se cruza con la mía.
-Has tenido suerte!! El es el elegido!! – vomito a sus pies. Me araño la cara, saco mis alas más grandes y vuelo en mi dolor. No he podido despedirme.Intento gritar, pero la acidez del vómito me ha dejado la boca ardiente y no consigo articular ni una sola palabra. La mirada arrugada, se apiada de mí. Me busca un sitio donde poder sentarme. Me coge cautelosamente de la mano y me acerca hasta una roca, dura y húmeda, me ayuda a doblar mis rodillas doloridas y consigue que me siente.Nos miramos en silencio, durante horas. A lo largo de ese tiempo, esbirros del “Ojo” van haciendo su aparición, atrapando a los que hay en la cueva, como el que se echa un saco al hombro. Ninguno vuelve. La mirada me explica que el “Ojo”, él mismo, es quien decide con cuál de los elegidos se queda. Los demás son expulsados de las Cavernas Silentes, con la condición de que volverán a ser llamados tantas veces como sea necesario.
Una garra atrapa por la pierna a una joven, no tiene más de 16 años, le mira y le sonríe. En voz alta, para que todos lo oigamos, le gruñe que su padre ha sido expulsado, pero que se resiste a abandonar la gruta. Ella se araña la cara, no da crédito a lo que el ser le cuenta. Intenta salir, ir en busca del padre que no quiere volver con ella; pero una turba de esbirros la paralizan con sus aguijones, con el veneno que no mata, pero que aturde el sentir y el hacer, hasta conseguir que quede totalmente inerte, sin más signo de vida que su pausada respiración.
Siento que el estómago me recuerda que está vacío, se mueven mis intestinos, como peleando por lo poco que me haya dentro de mí, después de haber potado los restos de alimento que me quedaban de la noche anterior. Alguien está comiendo, oigo como mastica, me llega un olor a rancio y mi estómago responde al estímulo con un dolor indescriptible. Me doblo sobre mí misma y me quejo en voz alta, no me importa nada, no me importa que me oigan, solo quiero salir de la maldita cueva, buscar a Rafael y huir con nuestras alas unidas lo más rápido posible. Me doy cuenta de que es por eso por lo que no nos avisó Gabriel. Hubiésemos huido y luchado hasta el último aliento. Por eso nos secuestraron en plena noche, porque nuestros corazones unidos son más fuertes que cualquier peligro.El hombre que mastica, me mira, se levanta con cuidado, intentando pasar desapercibido, sale de la cueva, evitando a los seres babeantes y desaparece por entre los túneles.Mirando a mi alrededor me doy cuenta de que somos muchos menos que hace unas horas. La joven sigue tumbada en el suelo. La mirada arrugada se me acerca y me susurra, que no me preocupe, ni siente ni padece. Pero sus ojos no dejan de moverse dentro de sus cuencas, como mi perro cuando mueve las patas mientras duerme. Creo que su cuerpo no se puede mover, pero su ser está sufriendo. Me adelanto un par de pasos, me quito la chaqueta y la arrugo. Con una mano levanto su cabeza y con la otra introduzco el boruño por debajo. Una mujer pone su abrigo encima de la muchacha, para evitar que se congele. Nos miramos, su tristeza me agujerea y la mía le hace dar un respingo de frío. Decidimos abrazarnos, para mantenernos calientes. La cercanía física nos provoca las lenguas, sedientas de palabras que querían escapar.-Quién es?- me dice susurrando.-Mi marido- y nos abrazamos aún más fuerte.-Mi niño, el pequeño, solo tiene 2 años- lloramos juntas y abrazadas. Las pérdidas sin haberlas vivido aún, ya se sentían como dolor de guadaña mal afilada.Los demás deciden aproximarse al calor de nuestros cuerpos y formar poco a poco un panal que transmite dulzura y calma, al menos durante unos segundos. Pero llega la hora del siguiente, ese que ya conocíamos, que vuelve a dirigirse a la joven. Le toca el hombro y ve que no se mueve. De nuevo utiliza su aguijón, esta vez el de despertar para sentir.-Prepárate, te vas. El se queda aquí. No pudimos convencerle para marchar.Las alas de la joven no cabían en la cueva. Cuando las abrió, nos empujó a todos contra las resbaladizas rocas de la pared. No había visto en todas aquellas horas dolor más profundo y ciego. Casi al tiempo, la mirada arrugada era arrastrada por los túneles, sin darse la vuelta, sin acordarse ya de los que allí quedábamos.El hombre que comía aparece, como si no se hubiese ido, pasa por mi lado y tras alejarse unos pasos, se da la vuelta y me pide permiso para compartir roca. Era un hombre enorme, con los ojos repletos de miedo y angustia. Yo me aparto y le cedo un trozo, en el que evidentemente no cabe, pero me sonríe, con amabilidad. Saca de su bolsillo un pequeño paquete de plástico, en el que puedo distinguir las letras “olat”. Me lo pasa por debajo de sus piernas, para no ser sorprendido por algún ser. Yo me doy la vuelta, sentada en la roca como estaba, y quedo mirando a los dibujos que la viscosidad realiza al bajar por la pared. Engullo más que como, ni un minuto, casi ni un segundo, tal era el miedo que tenía a ser arrastrada en ese momento. Veo una garra de reojo y trago con avidez los restos de mi boca. Se dirige a mi compañero de asiento, pero al sentirse en inferioridad de condiciones, le pide que le acompañe, incluso con cierta amabilidad. Las horas se van convirtiendo en siglos y lentamente los habitantes de la cueva, van siendo desalojados.La mujer recoge su abrigo, que había quedado en el montón de masa viscosa acumulado en el suelo. Solo quedamos nosotras, las dos que sabíamos que un abrazo nos daría paz.
Entra mi garra, sé que es la mía. Lo veo, reconozco a uno de los secuaces que nos secuestraron. No necesito que me toque, me levanto, agarro la mano de la mujer y cierro los ojos. Nos soltamos sintiendo cada una la desazón de la otra y empiezo a andar detrás de mi secuestrador.
Recorremos varios pasadizos; subimos de nivel a otro en el que las paredes han dejado de ser de roca desnuda, para ser de azulejo blanco y verde. El esbirro me abre una puerta y me hace un gesto con la cabeza. Entro con las piernas temblorosas, miro mis rodillas y parecen estar bien.-Siéntese, María- me dice el hombre que hay tras el escritorio. Sonríe, se le ve tranquilo, aunque sudoroso y tiene aspecto de estar muy cansado.Tengo la garganta seca, no puedo hablar, aunque mis espasmos y mi mirada deben decirlo todo, porque con total tranquilidad, como si no estuviésemos tratando con la vida y la muerte, argumenta:-Hemos tenido que extirpar el cólon, realizarle una ostomía abdominal, reparar tejidos dañados y separar el intestino centímetro a centrímetro. Pero todo ha ido como cabía esperar en una operación de urgencia. Ha tenido mucha suerte, María. Unos días en la UCI serán necesarios, pero estamos convencidos de que esta batalla la hemos ganado.Mis alas blancas desean abrirse de par en par y saludar al “Ojo” volando en mi alegría, aunque, entiendo que esto no ha hecho más que empezar, y que tendremos que volver a la Caverna Silente, tantas veces como sea necesario.
FIN
Espero que os guste y hayáis conseguido leerlo hasta el final. Un beso.
Aquí quedo, esperando vuestros comentarios. Los que me conocéis, ya sabéis que no es ésta mi forma de escribir. Pero el tema del día era el miedo y no recuerdo día de más miedo en mi vida. Salir de la zona de confort me ha resultado agradable. Tengo buenas sensaciones.