LLUEVE PARA MÍ
Andaba hivernando en mi cueva, cuando desperté del letargo con el tintineo de la lluvia en los cristales y en la uralita. Sorprendida por el ansiado sonido, me agarro como una lapa al portátil y escribo con ansia lo que me sale del pirri.
Después de tanto tiempo en el que no llovía, esta mañana nos ha sorprendido con agua, por aquí de la que cae de a poquitos y no daña, por otros sitios parece que no es así. Yo necesitaba este agua. Creo que estaba tan seca como las tierras y las plantas; como los sembrados que no producen y los frutos que no llegan. No sé si solamente me debe pasar a mí, pero este agua me alienta y me esponja como al pan seco de una semana.
Ahora llueve más hondo, más profundo, regando las entrañas de mis desiertos, marchitos y ajados, sedientos de lluvia de vida.
Día de lecturas atrasadas por la flaqueza del espíritu. Día de sofá y manta, cabezadas somnolientas al cantar de las gotas en la terraza, que agradecida me devuelve un aroma fresco y puro a terruño húmedo. La buganvilla me sonríe desde su rincón, y los olivos absorben con aire de suficiencia, sabedores de que no es más que una leve intromisión, que no durará mucho.
Graves se escuchan los goterones que se cuelan por las cañerías y parecen llamadas de fantasmas saliendo por los aseos de la casa. Ruido de llenarse hasta los topes, estaban vacías, como yo.
El romanticismo se aparea con la nostalgia y nacen brotes de ilusión que daba por desaparecidos hace meses. Tal vez sea hoy el día que esperaba, ese día que estaba por llegar, pero no dejaba de ser una ensoñación lejana de las noches en blanco.